“Sal ahora, salta de esta cama, toma un baño, corre a La Tetería, húndete en un libro y escríbele al desamor”. Nadie sabe dónde ha quedado, dónde está quedando Ella. Nadie y menos que nadie Yo. Quienes la conocieron me la reclaman, quienes no, me la esconden... o la escondo Yo detrás de ellos. Todo está tan revuelto... “palabras, perras negras”... existen, supongo, pero ahora no están. Perras negras las extraño. ¿Quién, maldita sea, las mandó a la nostalgia del pasado?
Yo era Ella y Ella era sólo una parte de Yo. Yo, no me arrepiento, pero extraño a Ella. ¿Dónde convergen ambas? ¿Dónde te busco, Ella? ¿Dónde te suelto un poco, Yo?
Todo son marañas y, si no todo, gran parte. Mis dedos han dejado de irgorarme finamente y en pedacitos de colores varios. Una avalancha de nieve, eso es; una avalancha que en su caída no me concede el beneficio de detenerse para que yo la mire y la convierta en un poema. Antes de que yo pueda hablarle, sólo caerá y me aplastará, me llevará a rodar con ella.
Con un carajo, salgan perras negras de esta maraña y pasen a mis dedos. Ni el pecho ni la cabeza son su lugar, déjense de tímidas bobadas. Nadie casi nunca me entiende, pero ahora no las entiendo yo. Perras negras manifiéstense, vuélvanse materia y háblenme de mí. Háblenme de mí... háblenme de él, de ella y de él también.
Perras negras, ¿dónde están?, ¿dónde está Ella? Con Ella viven porque de Ella surgen, como de ustedes nace Ella.
Díganle entonces que la extraño... y también que lo lamento.