Acá donde estamos los sensibiluchos se ve todo distinto. Les sorprendería saber que de este lado los elefantes no son arrugados, las pepitas son azules y algunos carecen en su voz de los decibeles suficientes para gritar. Caminamos para atrás con los ojos en la cadera y silbamos con los oídos, siempre a destiempo y en corcheas.
Sépase que nuestra comunidad es grande; más callada de lo que quisiera y menos de lo que debiera, pero a su manera y en fin, ruidosa. Lúgubre en la sensatez y escasa en la prudencia. Mística, inconsciente, seductora, roja, penetrable, impenetrable, condescendiente, rígida, sumisa, incalculable y va…
Caray, que estamos y no estamos, venga pues que ¿a quién le importa? Búscanos en las tarjetas, las que dicen “mucho gusto”.
Nuestros dedos tienen vida y gustan de ignorarnos finamente y en pedacitos de colores varios. De este lado decimos “pancito” y no “panecito”; nos motiva la locura y nos impulsa lo innombrable, porque bueno, así nos viene y qué más da.
No entendemos casi nada y casi nadie nos entiende, porque a sabiendas que sabemos, no sabemos casi nada. Simple y llano como es, lo que sabemos que sabemos, sabemos, y lo que no, pues no.
De este lado sorbemos de cabeza y pensamos a tragos de sospecha.