miércoles, 8 de julio de 2009

Vaya ley

Una muñeca que se llamaba Rosita, un bote grande de aluminio, una silla guinda que hace tiempo había perdido a sus hermanas y a su madre, un sarape percudido ex propiedad de una abuela, un…, unas…, una…, un…, unos… todo junto y hacia el mismo destino: el descanso eterno.

Concebirlo así por rehusarse a llamarlo el relleno sanitario, a aceptar que la Ley de la conservación de la materia desmiente un eterno no estar, para dejar en su lugar la irrefutable y científica verdad de la continuidad. La no vida de las cosas que continúan no viviendo como nuevas inquilinas de una montaña parecida a las que yo dibujaba de niña, ésas del pico blanco de nieve. Esta vez el pico fue de colores, de todos en los que llega a diseñarse una bolsa de plástico, un empaque o no se sabe cuánta cosa más que siendo unidad, se vislumbra (o se quiere vislumbrar) sólo como una masa de triste basura maloliente.

“Cómo hasta de la basura se siente raro despedirse, saber que no volverás a verla ¿no?”, me dijo el menor. “Sí”, le contesté.

Cosas que ya no sirven, que estorban, que son feas y que a veces incluso, pueden dañar. De alguna manera sin embargo, cosas que ocupan en la memoria el espacio de lo que está ahí, fingiendo ser guardado durante mucho tiempo en un patio, y antes de eso, en la sala de tu casa, las manos de tu hermana o la cama de tu perro.

En el cotidiano donde comprar es tener algo que tirar, la nostalgia hacia la basura llega a parecer ilógica, aprehensiva, enferma. ¿Podría tratarse de materialismo cuando las cosas de las que te deshaces son desagradables a los cinco sentidos? Quizá sea sólo intuir que vaciarlas ahí con una pala, sobre el terreno lodoso que dejó una noche de lluvia, dar la vuelta y alejarte, es hacer lo mismo con una imagen que nunca fue tan importante como para pertenecer mucho tiempo al baúl de los recuerdos. Hay una familia que vive en una casa. En esa casa hay un patio y en el patio un bote grande de aluminio. De él recuerdas haber visto al padre sacar gasolina un día. Recordarás al padre siempre, recordarás la casa siempre, recordarás el patio siempre, pero el bote de aluminio… es sólo un bote de donde un día el padre sacó gasolina (recordar eso ya es mucho). Sabes que el bote de aluminio pronto se irá, un algo más de tu vida que pronto no recordarás.

¿De cuánta basura nos cuesta tanto despegarnos?, ¿cuántos nombres propios nos resistimos a sustituir por el sustantivo basura? Cosas que ya no sirven, que estorban, que son feas y que a veces incluso, pueden dañar; cosas que sin embargo, ocupan en la memoria el espacio de lo que está ahí, fingiendo ser guardado por alguna razón sustancial, en el exterior, en el interior, en el aquí, en el allá, en el fue, en el será y en el espero que sea. Cosas que sirvieron y ya no, que gustaron y ya no, que hicieron feliz y ya no. Cosas también que dolieron y todavía, que estorbaron y todavía, que hicieron infeliz y todavía.

Abandonar lo que ya no y lo que todavía en el terreno lodoso que dejó la lluvia, pedir que no se obstruya el riachuelo que pasa al lado aunque sabes que va cargado de mierda, dar la vuelta y alejarte. Saber, un día darte cuenta que de todo lo que estuvo guardado en el patio nada se creó y nada se destruirá, porque sólo se transforma, todo se transforma.