miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ella es

Mucha gente no lo sabe pero ella fue doctora mucho antes de si quiera comenzar a estudiar medicina; también fue señora de la limpieza, modelo, coreógrafa, ama de casa, maestra, alumna burra, química, enfermera loca, detective y japonesa sonámbula. Yo lo vi, me consta.

Muchos no lo saben ahora, porque ella se ha vuelto muy discreta, pero es una líder innata y lo suyo lo suyo, es brillar. “Ojalá todos pudieran verme con tus ojos”, me dijo un día… “ojalá”, pienso yo, “no saben esos todos de lo que se pierden”.

Cuando éramos niñas, ya me la sabía; llegaba un día mientras yo veía la televisión, y tocaba a la puerta abierta del cuarto. Yo simulaba abrirle, siempre a la expectativa de su nuevo juego inventado. “Soy una enfermera, vengo a vacunarla”… A mí sólo me correspondía seguirle el paso y ella creaba la historia completa, como toda una dramaturga de improvisación. Pasaban unos minutos y volvía a tocar a mi puerta; esta vez era un policía buscando a una loca escapada del manicomio que solía hacerse pasar por enfermera…

Mientras lavábamos los platos, de pronto empezaba a decirme Carmen y entonces yo sabía que debía llamarla Chole. Limpiábamos jugando y adaptábamos canciones de la iglesia (que eran las que sabíamos cantar a dos voces) para crear la melodía de entrada de nuestra telenovela personal: Chole y Carmen, señoras de la limpieza.

Chole y Carmen… ella siempre iba primero, claro. Yo era su Carmen como también había sido su hija años atrás. Ella era Sherlock y yo Mr. Watson; era la dueña del restaurante y yo la mesera, ella Su Majestad la Reina y yo su bufón (ésa la inventé yo).

Sus ideas movilizaban a las mamás que cocían vestuarios para que, con las vecinas, presentáramos ante toda la escuela las coreografías que ella inventaba. Yo le copiaba todo lo que hacía y le componía canciones de chicles perdidos que cantaba cuantas veces me lo pedía, para hacerla reír. Yo, como su buen bufón, amaba (amo) hacerla reír.

Ella me mangoneaba a su antojo. Implementó su método contra el miedo a las alturas conmigo y me hizo saltar de lo alto de la litera sobre un montón de almohadas y cobijas que quitaba una por una hasta dejar sólo un cojín, culpable de mi pie torcido. Yo perdí esa fobia más por darle gusto a ella, que por la efectividad de su método (aunque quizá su estrategia era ésa, siempre creí que iba un paso más adelante que yo, o siempre sabía cómo hacérmelo creer, aunque no fuera cierto).

Amaba las cámaras de video como hoy ama (hasta el punto de exasperarme) las fotografías. A ella le gusta verse, sí que le gusta, verse bonita y feliz.

Ella es apasionada, intensa, pesada. También es compleja, vanidosa y difícil. Ella brilla, de maneras muy diversas y algunas complicadas, pero brilla; una luciérnaga no puede esconder su luz por mucho tiempo.

Mucha gente no lo sabe (lo sospecha) pero ella es una princesa y una soñadora. También ella lo olvida a veces, cuando se ocupa en exceso del mundo adulto. Ella tiene comunicación a corta distancia con Dios; lo reta y él le habla en voz alta.

Ella es todo eso. No es la de tristeza continua ni la de sueños rotos, eso es sólo un episodio temporal de su vida de novela. No odia cumplir años, porque le gusta atraer la atención; ni siente miedo a salir, porque ama respirar el aire de la tarde y ver las estrellas durante la noche. Ella es, no fue ni será, ella es.

Quien no lo ve, es porque no se ha fijado bien. Yo sólo lo sé porque soy quien más la conoce y porque, como ella dice, Dios nos hizo hermanas y el corazón nos convirtió en amigas...